El Rosario es un acto de amor a Santa María. ¿Por qué rezarlo? Porque amamos a María y con el Rosario podemos darle una muestra sencilla, pero profunda, de nuestro filial amor.
La tradición de la Iglesia ha recomendado esta oración desde que apareció en el peregrinar del Pueblo de Dios como expresión concreta de piedad filial. Ha sido motivo de numerosas recomendaciones pastorales de obispos y Papas. Entre ellas dos cercanas a nosotros: la Exhortación Marialis cultus[1] del Papa Pablo VI y la Carta Rosarium Virginis Mariae[2] del Beato Juan Pablo II. Tal vez este mes de Mayo —que en muchos lugares está dedicado a Santa María— sea una buena ocasión para revisarlas y nutrirnos de sus enseñanzas y orientaciones.
El Rosario es una oración mariana que inmediatamente centra nuestra mente y corazón en el Señor Jesús. Esta sencilla plegaria nos introduce en un ritmo meditativo que nos pone «en comunión vital con Jesús a través —podríamos decir— del Corazón de su Madre»[3]. En cada Padrenuestro rezamos con las palabras que Jesús mismo nos enseñó y por acción del Espíritu nos unimos a la voz del mismo Hijo; en cada Avemaría reconocemos «el milagro más grande de la historia»[4], la Encarnación del Verbo, y hacemos nuestra la confesión de fe de Isabel: “Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”; al término de cada decena damos gloria al Padre a través del Hijo en comunión con el Espíritu Santo.
Por otro lado, los misterios que vamos enunciando antes de cada denario nos permiten ir meditando en acontecimientos de la vida del Reconciliador de la mano de la Madre. En la escuela de María nos vamos compenetrando con el Señor Jesús.
¿Por qué rezar el Rosario? Pues porque con la Madre nos acercamos más a Jesús. Y conociendo y amando más a Jesús procuramos amar más intensamente a su Madre. Desde esta óptica, el Rosario es una práctica espiritual que nos ayuda mucho a ir realizando el ideal de vivir como verdaderos hijos de María a través del proceso de amorización: “Por Cristo a María y por María más plenamente al Señor Jesús”.
Es importante señalar que el Rosario nos dispone para una más activa y fructífera participación en los Sacramentos, particularmente en la Santa Eucaristía. Como enseña el Papa Pablo VI, «la meditación de los misterios del Rosario, haciendo familiar a la mente y al corazón de los fieles los misterios de Cristo, puede constituir una óptima preparación a la celebración de los mismos en la acción litúrgica y convertirse después en eco prolongado»[5]. La idea es que el Rosario esté integrado armónicamente en el marco de la oración común de toda la Iglesia. «En realidad —dice el Papa Benedicto XVI— el Rosario no se contrapone a la meditación de la Palabra de Dios y a la oración litúrgica; más aún, constituye un complemento natural e ideal, especialmente como preparación para la celebración eucarística y como acción de gracias. Al Cristo que encontramos en el Evangelio y en el Sacramento lo contemplamos con María en los diversos momentos de su vida gracias a los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. Así, en la escuela de la Madre aprendemos a configurarnos con su divino Hijo y a anunciarlo con nuestra vida»[6].
Sin embargo integrar el rezo del Rosario a la oración litúrgica de la Iglesia no significa mezclarlo o ponerlo por encima. Esto lo recordaba el Papa Pablo VI cuando señalaba el error presente en algunos lugares de rezar el Rosario durante las celebraciones litúrgicas, por ejemplo durante la Misa. Cada cosa a su tiempo y lugar, según su propia naturaleza.
La oración del Rosario tiene como una de sus características el ritmo sereno y pausado. Con la práctica, se va desarrollando una cadencia interior que favorece la meditación y resulta sumamente beneficiosa, especialmente en este tiempo en que no pocas veces nos vemos inmersos en diversas actividades. ¿Cómo no encontrar en esta práctica espiritual un precioso remanso espiritual?
Todos nos damos cuenta de que el Rosario es una oración repetitiva en su forma. Para algunos esto puede ser un obstáculo que los aleja de rezarlo. No pocas veces se escucha decir “es muy aburrido… es una oración monótona… no puedo evitar distraerme”. Sin embargo, esa forma externamente repetitiva esconde un gran beneficio. En la oración vocal hay una gran riqueza espiritual que favorece la meditación. El Beato Juan Pablo II señalaba una interesante relación del Rosario con la llamada “oración a Jesús” u “oración del corazón” que se practica en el oriente cristiano. Ésta consiste en la repetición continua de una frase dirigida al Señor buscando estar en comunión con Él, como por ejemplo: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador”. El Papa destacaba cómo el ritmo típico de estas plegarias resulta muy adecuado para la interiorización y el recogimiento. En tal sentido, lejos del aburrimiento, se convierte en un camino muy sencillo y práctico de profundización en el conocimiento del Señor Jesús. En el caso del Rosario con mayor razón, pues «nadie mejor que Ella (María) conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio»[7].
Es verdad que muchas veces en el desgranar las cuentas del Rosario podemos distraernos. Junto con la necesaria lucha para mantener la concentración debe darse cabida también al ejercicio del silencio de mente que nos ayudará a mantener la mente y el corazón centrados en el Señor y nuestra Madre. Esto requiere paciencia y comprensión con nosotros mismos. Distraerse o perder la concentración no invalida nuestra oración. Retomemos el ritmo y reafirmemos el propósito de ofrecer esta práctica espiritual como un acto concreto de amor a María. Además debemos recordar —como lo decía el Beato Juan Pablo II— que nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman nuestra vida, la de nuestra familia, nuestra nación, la Iglesia o la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana[8].
El Rosario no requiere de grandes preparativos ni de materiales especiales. Esto hace que sea fácil rezarlo de manera personal o junto a otras personas. Los modos en los que se suele rezar son variados y se adecuan fácilmente a las necesidades personales o grupales: «o privadamente, recogiéndose el que ora en la intimidad con su Señor; o comunitariamente, en familia o entre los fieles reunidos en grupo para crear las condiciones de una particular presencia del Señor (ver Mt 18,20); o públicamente, en asambleas convocadas para la comunidad eclesial»[9]. En la Iglesia se ha alentado desde antiguo la práctica cotidiana de esta oración, teniéndola como un momento especial de la jornada. Lejos de ser una obligación, poco a poco se va convirtiendo en un momento especial para estar con María. Y con Ella, dejarnos conducir a Jesús.
Resulta muy significativo el aliento de los Papas a rezar el Rosario en familia. «En continuidad de intención con nuestros Predecesores —decía Pablo VI—, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia. El Concilio Vaticano II ha puesto en claro cómo la familia, célula primera y vital de la sociedad “por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia”[10]»[11]. Conscientes de que hoy el ritmo de vida muchas veces no favorece los momentos en los que la familia puede estar reunida, se reconoce sin embargo en el esfuerzo por hacer un espacio de encuentro familiar para rezar el Rosario una gran riqueza que tendrá efectos muy positivos en la vida espiritual de sus miembros y en la misma vida familiar.
Conviene recordar finalmente que esta plegaria mariana está enriquecida con la posibilidad de obtener indulgencias plenarias. «Se confiere una indulgencia plenaria si el rosario se reza en una iglesia o un oratorio público o en familia, en una comunidad religiosa o asociación pía»[12]. Para ello se deben cumplir, evidentemente, las condiciones propias para lucrar la indulgencia[13].
«El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización» (S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 3).
A la luz de este texto:
El culto a la Virgen María, «tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares y teniendo en cuenta el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas y en el que plugo al Padre eterno “que habitase toda la plenitud” (Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos» (Lumen gentium, 66).
Según este texto del Concilio Vaticano II:
[1] Especialmente los nn. 42-55. El documento se encuentra en: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19740202_marialis-cultus.html.
[2] El documento se encuentra en: http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/2002/documents/hf_jp-ii_apl_20021016_rosarium-virginis-mariae.html.
[3] S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 2.
[4] S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 33.
[5] S.S. Pablo VI, Marialis cultus, 48.
[6] S.S. Benedicto XVI, Ángelus, 16/10/2005.
[7] S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 14.
[8] Ver S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 2.
[9] S.S. Pablo VI, Marialis cultus, 50.
[10] Apostolicam actuositatem, 11.
[11] S.S. Pablo VI, Marialis cultus, 52.
[12] Enchiridium de indulgencias, 17. Ver S.S. Pablo VI, Marialis cultus, 48; S.S. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 37.
[13] Ver el documento: El don de la indulgencia, n. 4 que se puede encontrar en: http://www.vatican.va/roman_curia/tribunals/apost_penit/documents/rc_trib_appen_pro_20000129_indulgence_sp.html). Para una exposición de la doctrina sobre las indulgencias ver: Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1471‑1479.