Lima, Perú | 16-09-2024
Les compartimos esta entrevista a Alberto Posada, Coordinador General del Movimiento de Vida Cristiana (MVC), en la cual nos comparte sus reflexiones sobre su vida personal y su estrecho vínculo apostólico con el Movimiento. Conoceremos desde sus experiencias en Colombia y Perú hasta su reciente nombramiento.
Alberto también nos ofrece una mirada profunda sobre cómo el MVC puede colaborar en la misión evangelizadora y reconciliadora de la Iglesia. Además, aborda el papel esencial de la Virgen María en la vida del MVC.
Me vinculé como universitario por medio de un congreso de universitarios católicos que organizó el MVC en Medellín, y luego he tenido la experiencia de vivir cerca de 12 años en Perú, donde tuve mi formación inicial sodálite, encontré un campo apostólico de una variedad y riqueza impresionante, en lo espiritual, en lo cultural, en sus distintas regiones, y en tantas concreciones del carisma al ser el lugar donde nace el MVC.
Fueron muy intensas las experiencias de dirigir agrupaciones marianas, participar muchos años en servicios de fe – particularmente en la preparación de la confirmación –, de participación en peregrinaciones y de muchas expresiones de la caridad vividas en los servicios solidarios como misiones, Navidad es Jesús, Caja del Amor.
Luego volví a Colombia con un cargo de autoridad en la comunidad sodálite y muy vinculado siempre al MVC, mi lugar natural de apostolado, tanto en Medellín, como en Bogotá y Cali, ciudades en las que he vivido en los últimos 12 años.
También aquí encontré diversidad de manifestaciones apostólicas, principalmente en la formación de laicos jóvenes y adultos, y en iniciativas con acentos en la evangelización de la cultura, en lo solidario y en la dirección espiritual, con retiros y acompañamiento personal.
Estas experiencias han dejado una huella en mí que marca nuestra vocación a la santidad, según el llamado personal de cada uno, participando en comunidades de fe, y enviados a una misión apostólica y evangelizadora en la Iglesia que no tiene fronteras: “id por todo el mundo y anunciad el Evangelio” (Mc 16,15).
“Justamente una de las primeras experiencias de gran riqueza personal y apostólica, fueron unas misiones que dirigía el P. Carlos Keen (con quién hemos comenzado esta bella misión en el Consejo General del MVC) y en las que pude vivir la experiencia de compartir la fe en comunidad, de paisajes maravillosos donde contemplábamos el don de la creación, de celebrar la fe junto con la población del lugar, en torno al misterio de la Eucaristía, la oración con la palabra de Dios, el rezo del rosario de la aurora (con un frío tenaz y un poco dormidos).
Compartíamos lo poco que teníamos en comunidad y vivimos muy de cerca la experiencia del envío apostólico como en la época de Jesús, con lo indispensable, dejándonos atender con los pocos recursos y generosidad de los pobladores (en Atma, cerca a Huaraz) y anunciando el Evangelio, visitando enfermos y llevando ese mensaje de amor y esperanza, en lugares tan remotos y poco favorecidos. Desde ese entonces no he dejado de participar de misiones cada año, según mis posibilidades.
No quisiera dejar pasar la ocasión para mencionar también la importancia de mi encuentro con Dios particularmente en la meditación de su Palabra, tanto en la oración de la lectio (que me enseñó a rezar José Alfredo Cabrera, SCV, que goza ya de la gloria de Dios), como en el rezo de la liturgia de las horas, y de las meditaciones y contemplaciones al estilo de los EE ignacianos”.
En el año 2007 hubo un terremoto fuertísimo en Ica-Perú de una intensidad de 7.9 en la escala de Richter que destruyó muchas casas y lamentablemente dejó muchos muertos y heridos. Una de las zonas afectadas fue Chincha, lugar donde está la comunidad sodálite, el Colegio Santa María y el MVC.
Los emevecistas de Lima, nos organizamos para realizar unas misiones solidarias en las que participaron muchísimos voluntarios y se llenaron muchos camiones de víveres y artículos de primera necesidad. Recuerdo en medio de la visita, la desolación de las personas sentadas en las ruinas de sus casas y sin saber que hacer, fue durísimo. Sin embargo, con el pasar de los días (acampamos en el colegio), las personas acogían con mucho aprecio las visitas de los misioneros y las pocas ayudas que pudimos repartir.
En una de ellas, en un asentamiento de carpas donde estaban ubicadas varias familias, hicimos las entregas de los paquetes de alimentos y productos de primera necesidad, y nos quedamos jugando con los niños.
Fue una sorpresa cuando las familias, llegado el momento del almuerzo, nos invitaron a quedarnos… ¡Pero es que no tenían siquiera para su sustento lo de la semana!, y ante nuestra negativa fue tanta la insistencia, que disfrutamos en un comedor improvisado al aire libre el mejor almuerzo que he tenido en mi vida, donde vimos el amor de Dios en una pequeña comunidad de damnificados y voluntarios, comiendo juntos el mismo alimento (una gran imagen para mí de lo que es la Eucaristía).
María es toda una escuela de vida cristiana para mí y por ella he aprendido a conocer, amar y servir mejor al Señor Jesús. Ha sido el pasaje de la Anunciación el que me ha llevado a decir con Ella sí al llamado que Dios me hacía de servir en la Coordinación General del MVC. Su testimonio de ser una joven que acepta ser la Madre de Dios me habla de su total confianza y humildad para cooperar con la abundante gracia que Dios derrama sobre su vida.
Creo que ese “Fiat” es algo que marca mi vocación y también mi respuesta ante este llamado, que no es fácil pronunciarlo ante una misión tan grande y desafiante, que de por sí me sobrepasa, pero justamente por ello me hace creer más en la Providencia de Dios, en la intercesión de la Virgen, en el trabajo apostólico colaborativo con el Consejo General, y teniéndola en medio de nosotros como los apóstoles en Pentecostés, para que no nos falte nunca la gracia del Espíritu que nos fortalece, nos hace valientes y no permite que tengamos miedo.
Realmente no hablaría de mi visión, sino de la visión que en espíritu de sinodalidad hemos discernido juntos en la Asamblea, abiertos a lo que el Espíritu nos quería mostrar. Fruto de este encuentro, y con mucho trabajo de preparación del Consejo, es que elaboramos un documento final que recoge no solo las concreciones prácticas, sino el espíritu de lo vivido en una reflexión que lleva el lema de la Asamblea: “Siempre en movimiento”, que animo mucho a leer y meditar, y pedirles que trabajemos juntos entre el Consejo y las localidades para llevar adelante lo que hemos plasmado de manera orgánica y clara como orientaciones y conclusiones en las distintas áreas y ámbitos.
A modo personal, veo que Dios nos sigue llamando a seguir profundizando en el gran don del bautismo que nos hace hijos e hijas de Dios y desplegarlo con toda su riqueza en la vocación particular, de cada uno y de cada una, en los distintos ámbitos en los cuales el Señor nos llama a vivir y servir.
Somos una pequeña porción del cuerpo de la iglesia, pero pequeña como una llama en la oscuridad, que puede dar luz y calor a muchos que andan en tinieblas y que buscan encontrar una respuesta auténtica y verdadera y que esa respuesta tiene un Nombre y es una persona: Jesús.
En primer lugar, tratando de mirar con visión sobrenatural, venimos de Dios y hacia Él vamos… Somos peregrinos, miembros de la Iglesia, con una rica tradición y una fe viva y nuestro destino es el cielo.
Ciertamente en la historia reciente del Movimiento hemos vivido tiempos muy difíciles, también de crisis, de dolor, pero a la vez con signos muy fuertes de renovación y reconciliación, como se expresa en el espíritu con el que se vivió la VI Asamblea.
Experimentar las heridas del cuerpo de Cristo no es fácil, como tampoco lo es experimentar el flagelo del pecado en nuestras realidades personales, familiares, comunitarias, sociales y eclesiales a las que nos enfrentamos cada día, pero somos muy conscientes que llevamos una gracia divina en vasos de barro y que el misterio pascual nos abre las puertas a la vida eterna que anhelamos fruto de la vida en el Espíritu que nos trae el Señor Jesús y que buscamos acoger con apertura, humildad y esfuerzo.
Fruto del trabajo en la VI Asamblea Plenaria, podemos ver que el Señor nos está invitando a estar muy unidos a Él; a fortalecer y custodiar nuestras comunidades apostólicas; a “preservar la frescura y vitalidad del carisma”; a desarrollar un itinerario general de formación integral; a un discernimiento espiritual continuo de la acción apostólica a la que Dios nos está llamando, como también a crecer en los procesos de institucionalización e internacionalización, avanzando en el proceso de renovación de los estatutos.
Considero que esa experiencia de ser familia ya está muy presente, incluso si miramos el video de la V Asamblea Plenaria en Aparecida, es una palabra que aparece con mucha fuerza y expresa esa riqueza de lo que hemos recibido como un don y que se vive en los lugares donde estamos presentes.
Una familia espiritual es aquella que comparte un mismo carisma, en sus distintas realidades: en las vocaciones particulares, en la familia, en instituciones y en tantas expresiones de nuestras realidades apostólicas, particularmente fuertes cuando se traducen en compromiso y pertenencia al MVC que marca la vida de tantas personas que comparten una identidad y misión en la Iglesia y un llamado a la santidad, el servicio y el apostolado, con acentos y estilo propios.
La experiencia de mi realidad familiar también marca un hito importante en mi vocación y servicio apostólico, de ellos puedo compartir algunos elementos que me ayudan a buscar vivir y promover estos valores en la vida del MVC: el diálogo, la escucha, la solidaridad, el cuidado y la preocupación por el otro, el compartir las luces y sombras de las propias luchas, la celebración juntos de la fe, el celebrar siempre la vida y los hitos importantes de cada uno, querernos, etc.
Es lo que veo de modo muy testimonial en muchas familias del Movimiento y en las comunidades de consagrados y es una riqueza que estamos llamados a atesorar, renovar constantemente y hacer brillar.
Me gusta mucho la pregunta porque un gran desafío hoy es el individualismo presente en la cultura, incluso en la misma Iglesia. Por eso tenemos un gran reto de ser agentes de reconciliación dentro de la misma iglesia, somos iglesia, somos cuerpo de Cristo y somos conscientes de nuestro aporte a la comunión y misión en la Iglesia, como bien dice San Pablo en 1Cor 12, 12-27
Creo que las actitudes que estamos invitados a cultivar son las de María: “aquella que entiende y medita la Palabra de Dios y lo alaba con su vida, testimonio y palabras” (Magnificat), que acoge el don del Espíritu Santo (Encarnación), que es generosa en el servicio a los demás (Visitación), que está atenta a los que están necesitados (bodas de Caná), que confía en su esposo y cuida de su familia (huida a Egipto), que guarda y conserva las cosas de Dios en su corazón, sin hacer acepción de personas (visita de los reyes y los pastores), que no juzga y se sorprende ante el misterio de su Hijo (en la pérdida y hallazgo en el Templo), que es Madre porque escucha y pone por obra la palabra de Dios (Cuando Jesús pregunta: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos?), porque confía en su Hijo y sus promesas (la espera ante la muerte de Jesús), que no tiene miedo del dolor y el sufrimiento redentor (en el encuentro con Jesús en el camino del calvario), que permanece ante la Cruz de pie y acepta la voluntad de Dios (Jesús en la Cruz) y que nos acoge como hijos ante el mandato de su Hijo (Mujer, he ahí a tu hijo), para finalmente exaltar de gozo y alegría con la Resurrección de Cristo (ver meditación de San Ignacio en sus EE) y acompañar a los temerosos discípulos para que sea derramado sobre ellos el Espíritu Santo en Pentecostés y vayan por todo el mundo a anunciar el Evangelio, incluso en medio de las persecuciones (Hechos de los Apóstoles), para finalmente interceder desde el cielo por todos nosotros como Reina de toda la Creación, al lado de su Hijo (Asunción y Coronación de la Virgen).
Yo quisiera invitarlos a todos a que recemos diariamente el acto de consagración a Santa María y en la medida de nuestras posibilidades el rosario diario, ya sea a modo personal, en familia, en comunidad.
Que sea Ella, nuestra Madre, la que nos guíe al encuentro con su Hijo el Señor Jesús y nos ayude a encontrarlo en la meditación de la Palabra, en la participación frecuente en la Eucaristía, en la Adoración al Santísimo, en el Sacramento de la Reconciliación y en tantas formas de devoción personal y comunitaria que nos ayudan a poner el centro en Jesucristo y a llenarnos del amor de Dios que como fuente de agua viva se derrama en el apostolado y el servicio a los demás.