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CHD 38:  Navidad-Encarnación

CELEBRAR Y MEDITAR

Navidad es un tiempo de celebración y profunda alegría que suscita conmovedores ecos en nuestros corazones. Sin embargo, no siempre resulta fácil encontrar una actitud adecuada para vivir este misterio que ciertamente nos desborda. Por ello lo más acertado es volver la mirada hacia la Madre.

En un hermoso pasaje, San Lucas nos narra cómo ante la adoración de los pastores en Belén, «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). En medio de la profunda alegría que invade el corazón de la Madre, su actitud reverente ante la elocuencia del misterio presente le permite comprender que dicha alegría no agota de ninguna manera la densidad del milagro que está presenciando. Ella entiende que es necesario atesorar estas cosas en el corazón y meditarlas.

Es por ello por lo que la Navidad no sólo es un tiempo de profunda celebración, sino también una bella ocasión para meditar en torno a su sentido y sus consecuencias. Se trata de poner el corazón en sintonía profunda con el de Santa María y, latiendo al unísono con sus reflexiones, abrirnos a la gracia para percibir las bendiciones traídas por el Hijo de Dios que puso su morada entre nosotros.

LAS PROMESAS CUMPLIDAS

A causa del pecado original el hombre se encuentra y se experimenta quebrado interiormente. La ruptura signa su existencia, pues llamado a la plena comunión y participación en el encuentro con Dios, se descubre lleno de limitaciones y obstáculos, incapaz de colmar sus anhelos más profundos. La frustración y el dolor le invaden llevándole a la nostalgia por un Reconciliador que pueda devolverle el verdadero sentido de su existencia y su vocación.

Es así como en el milagro de la Navidad-Encarnación no sólo se ven cumplidas las promesas mesiánicas hechas al pueblo de Israel, sino también nuestras propias expectativas por un Salvador. Toda nuestra nostalgia de reconciliación, la espera de un Redentor se ven iluminadas por la encarnación del Verbo. Sólo en el Señor Jesús se revela plenamente el misterio de nuestra propia identidad y realización.

TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU HIJO ÚNICO

El misterio de la Navidad encierra la máxima expresión del amor de Dios, quien envía a su propio Hijo. Toda la frustración terrible y desolada de la ruptura fontal con el Dios Amor, la oscuridad que ensombreció el corazón humano, se ve disipada por el destello luminoso y esperanzador de la encarnación del Hijo de Dios que se hace hombre.

Las palabras de San Juan no pueden ser más claras cuando nos dice que «en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (Jn 4,9). Es así que, en el Señor Jesús, Dios sale al encuentro del hombre para introducirlo en el dina­mismo amoroso de la reconciliación.

EL VERBO SE HIZO CARNE

El misterio de la Navidad-Encarnación también es una oportunidad para reflexionar en torno a nuestro propio servicio apostólico.

El primer elemento que podemos descubrir es que María da a luz al Hijo de Dios porque antes permitió que Él se encarnase en Ella. De la misma manera el primer paso para nuestro apostolado consiste en permitir que el Señor Jesús se encarne en nuestros corazones. No podemos cansarnos de repetir que el primer campo de apostolado soy yo mismo. Así la medida de nuestro apostolado no está en las cantidades ni en la espectacularidad de los resultados, sino en la medida de nuestra propia santidad de vida.

EL LENGUAJE DEL MISTERIO

No cabe duda de que el misterio y el asombro envuelven con cierto velo enigmático la noche de la Natividad. Sin embargo, una mirada reverente nos permite penetrar su transparencia y, desentrañando el lenguaje de los gestos y los símbolos, recoger tesoros invalorables de manos de nuestra Madre.

De entre los muchos rasgos edificantes que podemos descubrir al pie del pesebre vamos a señalar en esta ocasión sólo dos.

El relato del nacimiento (Lc 2,7) nos presenta una escena sumamente sencilla. María, después de dar a luz a su Hijo, «le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre». Los únicos movimientos de María que recoge el relato son gestos hacia el mismo Señor Jesús, manifestando que Ella, a la vez que muestra al Hijo a toda la humanidad, se encuentra volcada en atención y servicio, en ternura y reverencia hacia Él. Con ello nos educa en el apostolado a transmitir al Señor Jesús a las demás personas con la mirada y el corazón fijos en Él, volcados a su servicio, conmovidos profundamente por su misteriosa presencia.

Por otro lado, siguiendo el relato, San Lucas nos cuenta de unos humildes pastores que, recibiendo el anuncio de un ejército de ángeles, van presurosos a adorar al Salvador que ha nacido bajo el abrigo de la noche. Al llegar al pesebre «encontraron a María y José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2,17) y les contaron lo que habían visto y oído. El relato deja entrever que María acoge esto “maravillada”, su corazón fascinado y conmovido guarda todo esto y lo medita interiormente. ¡Qué ejemplo de reverencia nos da la Madre! No son pocas la veces en que nosotros, rutinizados y cegados por el activismo perdemos nuestra capacidad de asombro y no podemos maravillarnos ante nuestro propio apostolado, ante el hecho sencillo y sobrecogedor de transmitir al Señor Jesús. Perder dicha capacidad de asombro significa perder también una fuente inagotable de profunda alegría.

DIOS HECHO NIÑO

Las primeras palabras del ángel a los pastores de Belén, fueron: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría...» (Lc 2,10) y más adelante dirá: «y esto os servirá de señal: encontraréis un niño en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En medio de una cultura y un mundo secularizados, en el que Dios es un enemigo o un rival, ante un hombre que suele tener miedo ante lo que Dios le pueda pedir, María nos entrega a un Jesús hecho niño. Un niño que no atemoriza ni inspira desconfianza, sino que por el contrario despierta en el corazón humano sentimientos de ternura y acogida. Esta es una dimensión irrenunciable de nuestro apostolado pues constituye un mandato del mismo Señor Jesús, el de ser «mansos como las palomas» (Mt 10,16). Y es que Jesús en un pesebre nos señala una actitud importante en nuestro servicio evangelizador, la de ser como niños: abiertos, generosos, transparentes, espontáneos, carentes de malicia o segundas intenciones, confiados, puros y sobre todo dóciles a la voluntad del Padre. Muchas barreras y temores simplemente se derrumban ante un corazón transparente que no teme ser auténtico ni mostrarse frágil, permitiendo a un niño acceder a dimensiones humanas que se le niegan a un corazón endurecido.


CITAS PARA MEDITAR

  1. La Navidad-Encarnación es un misterio de amor: Jn 4,9.
  2. Santa María se vuelca en atención a su Hijo: Lc 2,7.
  3. Ante el misterio, María atesora y medita en el corazón: Lc 2,15-20.
  4. El Hijo de Dios se hace niño: Lc 2,10-12.
  5. El Señor Jesús es el Mesías esperado: Is 7,14; Mi 5,1ss.; Jn 4,25.

EXAMEN DE CONCIENCIA SOBRE LA NAVIDAD

En medio de la actividad y el bullicio que caracterizan esta época del año, se hace imprescindible hacer un alto en el camino para entrar en nosotros mismos e, iluminados por la reverencia de Santa María, hacer una reflexión sobre nuestra preparación y vivencia del misterio de la Navidad-Encarnación. Este breve esquema apunta a ser una ayuda para tu propio examen personal o una guía para el diálogo comunitario.

  • La Navidad es un tiempo de celebración, pero ¿podrías explicar qué celebras tú? Resúmelo en una frase.
  • ¿Eres consciente de la profundidad del misterio que encierra la Navidad-Encarnación? Haz una lista de las consecuencias de este misterio de nuestra fe.
  • ¿Qué medios concretos pones o has puesto para prepararte a vivir la Navidad de una manera profunda y consecuente? ¿Cómo te puedes preparar para celebrar mejor la Navidad-Encarnación? Haz una lista de medios concretos.
  • ¿Estás preparado para acoger el misterio de la Navidad-Encarnación? ¿Tu corazón estaría bien dispuesto para recibir al Señor Jesús en él? Enumera los principales obstáculos que en­torpecen el nacimiento Jesús en tu corazón.
  • ¿Cómo está tu camino de conversión, de conformación con el Señor Jesús? ¿Eres consciente del combate espiritual que debes vivir para encarnar a Cristo?
  • En el apostolado transmitimos al Señor Jesús a nuestros hermanos. ¿Eres consciente que todo nuestro servicio apostólico debe ser un acto de amor? ¿De qué manera lo vives?
  • Enu­mera las cosas que tú llevas dentro y que puedes ofrecer a quienes evangelizas.
  • La Navidad es también una ocasión de alegría profunda y de esperanza, comenta las cosas que suelen oscurecer tu corazón y te alejan de la alegría, cargándote de pesimismo y desesperanza.
  • María se maravilla de todo lo que descubre la Noche Buena, se asombra y alegra ante el milagro de traer al mundo al Reconciliador. ¿Vives tú la alegría y el asombro ante el hecho de tu propio apostolado?